Esta mañana, recibimos la visita del poeta entrerriano Juan Manuel Alfaro junto a sus nietos, quien nos sorprendió con el regalo de un hermoso soneto acompañado de una conmovedora anécdota sobre el león que se exhibe en el Museo.
Aquí se las compartimos y agradecemos una vez más a Juan Manuel por este valioso gesto. El Museo se llena de vida gracias a estas historias.
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Este soneto que comparto debería formar parte de mi libro “CIUDAD JACARANDÁ” (2018), ya que tiene la misma forma y propósito que los que lo integran; pero recién lo escribí este año. Está dedicado a un amigo, Oscar Barsanti.
Oscar Barsanti, como ya dije, es un amigo, vecino paranaense, que en su infancia –hace más de medio siglo - fue protagonista de un hecho inusual, impensado, absolutamente extraordinario.
Los fondos de su casa (que estaba en calle Paraguay) daban al “campito” de Montevideo y Courreges, lugar al que, por entonces, “venían” los circos. De allí que la imagen de la trompa de un elefante asomando por sobre su tapial lo sorprendiera, fuera algo increíble, maravilloso, solamente la primera vez. Después, pasó a ser moneda corriente.
Pero no sólo él, sino muchos gurises del barrio tuvieron experiencias memorables con los circos y especialmente con los animales de los circos. A propósito, otro amigo y vecino, el admirado artista Alfredo Godoy Wilson me contaba –hace algunos días- que cuando era muy chico tuvo en sus brazos un cachorrito de león, y tal vez no se dio cuenta que -mientras me refería el suceso- hacía el ademán de sostenerlo. Es posible que haya sentido de nuevo en sus brazos la suavidad y el calor de esa pequeña criatura fabulosa.
Claro que además de nacer, morían animales en los circos.
Y uno de ellos fue “el león del Museo”.
“Yo tenía 9 o 10 años… y papá tenía una chatita Chevrolet 28” – me dijo Oscar- “Y vinieron a preguntarle si no podía llevar el león hasta la escuela” (Se refería a la Escuela Del Centenario, donde entonces estaba instalado el actual Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas “Prof. Antonio Serrano”) “Seguramente ya habían hablado con alguien allí”.
Y fue así como Oscar, con su padre, don Oscar Anselmo Barsanti, llevaron –en la chatita Chevrolet 28- el león que había muerto en el circo y que varias generaciones han contemplado y seguirán contemplando en el Museo.
“¡Yo iba atrás con el león!”, recuerda Oscar y cada vez que me lo ha contado lo ha hecho con el mismo brillo en los ojos y con el mismo énfasis, como si aún –aunque han transcurrido casi sesenta años- sintiera que va en la chatita, atrás, junto al león, y no terminara de creerlo.
Por ello, a él está dedicado este soneto en el que trato de “interpretar” la vida de ese animal que debió tener otra vida, y no en la jaula de un circo, en la que fue y vino “por paisajes y pueblos fugitivos” hasta que lo “liberó” la muerte, en Paraná.
“EL LEÓN DEL MUSEO”
A Oscar Barsanti
Oro abrumado y esplendor cautivo
en la luz enrejada de los días;
y la continua, injusta travesía
por paisajes y pueblos fugitivos.
La ofensa de la jaula. Ese ultraje
al temible fulgor de su rugido.
La soledad del mundo en los latidos
y una extrañeza íntima y salvaje.
Soñó -tal vez- la selva, ¡la manada!
y en esa dicha que le fue negada,
quizá la muerte le cumplió el deseo
de seguir siendo el otro, el que no fue;
no el que murió en el circo, el que uno ve
con su vacío ser, en el Museo.
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Juan Manuel Alfaro. Paraná, 2 de enero de 2022